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domingo, 10 de noviembre de 2013

Vivir en la Causalidad y no de la Casualidad

Desde tiempos remotos el hombre ha mirado al cielo buscando respuesta a aquellos hechos cuya procedencia desconoce y solución a los problemas que parecen  no tenerla, atribuyendo a las divinidades el  fundamental derecho de gobernar sobre su futuro. La fe en su propio concepto, no se constituye como un mal que nos conduzca al victimismo, bien conocido es aquel refrán de nuestros abuelos  que reza: “Dios dice cuídate que yo te cuidare,” el cual  no es más que una referencia clara que aun en el mundo de la religión, la responsabilidad de conducir nuestras vidas no debe ser delegada y es el ser humano quien debe tomar las riendas de su destino.
            En el mismo orden de ideas, es necesario reconocer que cada vez vivimos más en un mundo interconectado, donde aspectos cruciales como por ejemplo la economía y la política, están conducidas la mayoría de las veces por personas ajenas completamente a nosotros y que de alguna manera terminan afectando directa o indirectamente en nuestras vidas, sin embargo, al contrario de lo que podría llegarse a pensar, esta condición de interdependencia multiplica la necesidad de hacernos cada uno de nosotros responsables de nuestras acciones, la toma de decisiones se vuelve un factor crucial para evadir en la medida de lo posible el azar de  los factores externos y orientarnos hacia el norte que nos proponemos.
            Desde un punto de vista académico y en nuestro particular rol como docentes, debemos en primer lugar, observar la necesidad de vivir desde la responsabilidad desde dos ópticas distintas, la del estudiante, que seguimos siendo aún luego de culminar nuestros estudios de pregrado (tomando en cuenta que el aprendizajes es un proceso constante), y la del docente propiamente dicho. Es común que los criterios de estos personajes se encuentren en oposición cuando se trata de evaluar resultados desfavorables, sobre todo cuando quienes cumplen uno y otro papel aún se encuentran afectados por los rasgos propios de la juventud en el estudiante, y la inexperiencia en el educador.
El estudiante suele atribuir sus malas calificaciones a estrategias de evaluación erradas, la falta de dominio de temas de su evaluador e incluso llegan al punto de señalar que se trata de conflictos personales (“es que le caigo mal al profesor”), por su parte el docente de igual manera cuando aprecia un alto nivel de reprobados en su clase se excusa en la apatía del grupo o falta de interés. La experiencia y el tiempo se encargan de mostrarle tanto a uno como otro que el aprendizaje es una calle de vías alternas y que es necesario reflexionar acerca de los errores que pueda estar cometiendo uno mismo, una muestra de esta dependencia de sí mismo a nivel académico resulta evidente cuando apreciamos que en su mayoría los estudiantes al final de su carrera suelen tener un promedio constante en todos sus años y asignaturas. De igual manera el docente a través suele establecer patrones en cuanto a los resultados obtenidos por quienes asisten a sus clases a través de los años.
Así como evidenciamos en el mundo académico la importancia de responsabilizarnos de nuestras acciones y decisiones, esta necesidad está presente en todos y cada uno de los aspectos de nuestra vida, por tanto, resulta imprescindible dejar a un lado las tendencias que nos llevan a pensar en el azar o la suerte como agentes rectores de nuestro destino. Y esto solo es posible si nos desconectamos del mundo casualistas en el que vivimos y comprendemos que en su lugar debemos observar nuestra realidad desde un enfoque causalista. En palabras concretas, atribuir menos a la casualidad lo que nos ocurre y entender que vivimos en un innegable régimen de causa y efecto, donde cada paso que damos en la dirección que sea nos acerca o aleja por voluntad propia de los objetivos que nos hemos propuestos como seres humanos.
Asumir esta posición frente a la vida sin lugar a dudas no resulta sencillo, tomando en cuenta todos esos aspectos que ya hemos señalado y que nos conducen a creer en que no somos plenamente dueños de lo que nos ocurre, y que en algunos casos, las consecuencias no concuerdan en nada o en poco, con las acciones que hemos realizado. Tomar la responsabilidad como bandera y estrategia de vida puede ser complejo, por cuanto, a pesar de que es necesario reconocer que no vivimos aislados ni ajenos a los actos de terceros,  reflejaría nuestra determinación de asumir las derrotas, desaciertos, equivocaciones y abstenernos de la queja como válvula de escape.
Por otra  parte disfrutaríamos del hecho de sentir nuestros cada uno de los logros y éxitos alcanzados, entendiendo cada error como una lección aprendida y cada paso al frente como una meta superada, cosa que estaría negada si nos decidimos a vivir del victimismo pues así como se apela a la mala fortuna como causa de las penas, se tendría  igualmente que admitir como un golpe de suerte lo que se ha obtenido para bien.

A modo de conclusión, parece apropiada la siguiente reflexión “Se tiene lo que se negocia,” usando esta frase como máxima, podemos exponer que en un mundo donde los logros no se merecen sino que deben más allá de eso propiciarse, la victima actuando como tal no obtendrá sino lo que los demás consideran que este merece, mientras que quien desde la responsabilidad actúa planteándose un rumbo fijo hacia sus metas tendrá la satisfacción de haber alcanzado el máximo éxito posible como consecuencia de su buen o mal proceder.

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