Desde tiempos
remotos el hombre ha mirado al cielo buscando respuesta a aquellos hechos cuya
procedencia desconoce y solución a los problemas que parecen no tenerla, atribuyendo a las divinidades
el fundamental derecho de gobernar sobre
su futuro. La fe en su propio concepto, no se constituye como un mal que nos
conduzca al victimismo, bien conocido es aquel refrán de nuestros abuelos que reza: “Dios dice cuídate que yo te cuidare,”
el cual no es más que una referencia clara
que aun en el mundo de la religión, la responsabilidad de conducir nuestras
vidas no debe ser delegada y es el ser humano quien debe tomar las riendas de
su destino.
En el
mismo orden de ideas, es necesario reconocer que cada vez vivimos más en un
mundo interconectado, donde aspectos cruciales como por ejemplo la economía y la
política, están conducidas la mayoría de las veces por personas ajenas
completamente a nosotros y que de alguna manera terminan afectando directa o
indirectamente en nuestras vidas, sin embargo, al contrario de lo que podría
llegarse a pensar, esta condición de interdependencia multiplica la necesidad
de hacernos cada uno de nosotros responsables de nuestras acciones, la toma de
decisiones se vuelve un factor crucial para evadir en la medida de lo posible
el azar de los factores externos y
orientarnos hacia el norte que nos proponemos.
Desde un
punto de vista académico y en nuestro particular rol como docentes, debemos en
primer lugar, observar la necesidad de vivir desde la responsabilidad desde dos
ópticas distintas, la del estudiante, que seguimos siendo aún luego de culminar
nuestros estudios de pregrado (tomando en cuenta que el aprendizajes es un
proceso constante), y la del docente propiamente dicho. Es común que los
criterios de estos personajes se encuentren en oposición cuando se trata de
evaluar resultados desfavorables, sobre todo cuando quienes cumplen uno y otro
papel aún se encuentran afectados por los rasgos propios de la juventud en el
estudiante, y la inexperiencia en el educador.
El estudiante
suele atribuir sus malas calificaciones a estrategias de evaluación erradas, la
falta de dominio de temas de su evaluador e incluso llegan al punto de señalar
que se trata de conflictos personales (“es que le caigo mal al profesor”), por
su parte el docente de igual manera cuando aprecia un alto nivel de reprobados
en su clase se excusa en la apatía del grupo o falta de interés. La experiencia
y el tiempo se encargan de mostrarle tanto a uno como otro que el aprendizaje
es una calle de vías alternas y que es necesario reflexionar acerca de los
errores que pueda estar cometiendo uno mismo, una muestra de esta dependencia
de sí mismo a nivel académico resulta evidente cuando apreciamos que en su
mayoría los estudiantes al final de su carrera suelen tener un promedio
constante en todos sus años y asignaturas. De igual manera el docente a través
suele establecer patrones en cuanto a los resultados obtenidos por quienes
asisten a sus clases a través de los años.
Así como
evidenciamos en el mundo académico la importancia de responsabilizarnos de
nuestras acciones y decisiones, esta necesidad está presente en todos y cada
uno de los aspectos de nuestra vida, por tanto, resulta imprescindible dejar a
un lado las tendencias que nos llevan a pensar en el azar o la suerte como
agentes rectores de nuestro destino. Y esto solo es posible si nos
desconectamos del mundo casualistas en el que vivimos y comprendemos que en su
lugar debemos observar nuestra realidad desde un enfoque causalista. En
palabras concretas, atribuir menos a la casualidad lo que nos ocurre y entender
que vivimos en un innegable régimen de causa y efecto, donde cada paso que damos
en la dirección que sea nos acerca o aleja por voluntad propia de los objetivos
que nos hemos propuestos como seres humanos.
Asumir esta
posición frente a la vida sin lugar a dudas no resulta sencillo, tomando en
cuenta todos esos aspectos que ya hemos señalado y que nos conducen a creer en
que no somos plenamente dueños de lo que nos ocurre, y que en algunos casos,
las consecuencias no concuerdan en nada o en poco, con las acciones que hemos
realizado. Tomar la responsabilidad como bandera y estrategia de vida puede ser
complejo, por cuanto, a pesar de que es necesario reconocer que no vivimos
aislados ni ajenos a los actos de terceros, reflejaría nuestra determinación de asumir las
derrotas, desaciertos, equivocaciones y abstenernos de la queja como válvula de
escape.
Por otra parte disfrutaríamos del hecho de sentir
nuestros cada uno de los logros y éxitos alcanzados, entendiendo cada error
como una lección aprendida y cada paso al frente como una meta superada, cosa
que estaría negada si nos decidimos a vivir del victimismo pues así como se apela
a la mala fortuna como causa de las penas, se tendría igualmente que admitir como un golpe de suerte
lo que se ha obtenido para bien.
A modo de
conclusión, parece apropiada la siguiente reflexión “Se tiene lo que se
negocia,” usando esta frase como máxima, podemos exponer que en un mundo donde
los logros no se merecen sino que deben más allá de eso propiciarse, la victima
actuando como tal no obtendrá sino lo que los demás consideran que este merece,
mientras que quien desde la responsabilidad actúa planteándose un rumbo fijo
hacia sus metas tendrá la satisfacción de haber alcanzado el máximo éxito
posible como consecuencia de su buen o mal proceder.
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